
En 2015, The Order: 1886 se lanzó con gran expectación en PlayStation 4, prometiendo revolucionar el panorama de los videojuegos con una propuesta que combinaba narrativa cinematográfica, un mundo alternativo lleno de misterio y una calidad gráfica que, incluso hoy, sigue siendo impresionante. Sin embargo, a pesar de su envoltorio visual casi perfecto, el juego demostró ser un claro ejemplo de cómo una idea ambiciosa puede naufragar al no cumplir con las expectativas esenciales de un videojuego. Hoy analizamos por qué The Order: 1886 no solo decepcionó, sino que también marcó un antes y un después en las conversaciones sobre precio, duración y valor real en la industria.
Un Londres victoriano que deslumbra, pero no te invita a quedarte
Lo primero que llama la atención de The Order: 1886 es su ambientación. El juego transporta al jugador a un Londres alternativo en el siglo XIX, donde la tecnología steampunk y un trasfondo de mitos y leyendas (como hombres lobo y vampiros) conviven en un fascinante escenario de tensión social y conspiraciones. Visualmente, el juego es un triunfo. Los diseños de personajes, la iluminación y la atención al detalle en los entornos son sencillamente espectaculares, con una calidad de texturas y animaciones que rivalizan con los títulos más actuales.
Sin embargo, este mundo, tan vivo en su presentación, está completamente muerto en su interacción. The Order: 1886 es un pasillo tras otro, adornado con telones de fondo preciosos que carecen de profundidad. Los jugadores no pueden explorar, no pueden interactuar con los elementos del escenario más allá de lo necesario para avanzar en la trama, y cualquier atisbo de curiosidad queda reprimido por los límites invisibles que constriñen el mundo.
Una narrativa que promete pero nunca despega
El juego nos pone en la piel de Sir Galahad, un caballero de una élite juramentada conocida como «La Orden», que lucha contra las amenazas sobrenaturales en un Londres lleno de intrigas políticas. Sobre el papel, la premisa es brillante. Con toques de teoría conspirativa, un sistema jerárquico y personajes moralmente ambiguos, The Order: 1886 tenía todos los ingredientes para ser una epopeya narrativa.
Pero aquí es donde el juego también falla estrepitosamente. La historia nunca llega a profundizar en sus personajes ni en sus temas centrales. Sir Galahad, aunque bien interpretado y con una presencia interesante, es prisionero de un guion que opta por lo superficial. Las relaciones entre los miembros de La Orden carecen de la tensión o el desarrollo necesarios para que al jugador le importe su destino. Aún más frustrante es que los hilos narrativos más intrigantes (como los misterios sobre la tecnología steampunk y la naturaleza de las criaturas) se dejan a medio explorar o se utilizan simplemente como decorado.
Mecánicas de juego: cuando la jugabilidad se siente como un obstáculo
El apartado jugable de The Order: 1886 es, sin duda, su talón de Aquiles. Aunque las mecánicas de disparo son funcionales y algunos diseños de armas –como el rifle de rayos Tesla– son creativos, el juego nunca logra que estas mecánicas se sientan satisfactorias. Los enfrentamientos con enemigos son repetitivos, carecen de dinamismo y están plagados de secuencias de «quick time events» que interrumpen el ritmo en lugar de aportar algo significativo. Además, las pocas secciones de sigilo son mal implementadas y no ofrecen ningún reto ni recompensa.
El mayor problema, sin embargo, es la duración del juego. Con apenas unas 6 horas de contenido –y eso siendo generosos–, The Order: 1886 se siente como un tutorial extendido para una experiencia más completa que nunca llega. El juego no tiene rejugabilidad, ya que su estructura lineal y la falta de opciones o elecciones significativas hacen que cualquier retorno al juego sea monótono.

Precio completo, experiencia incompleta
Cuando The Order: 1886 se lanzó, lo hizo con un precio de 60 o 70 euros, dependiendo del distribuidor (a un servidor, le costó 70 euros por capricho de que una cadena de videojuegos sólo comercializaba la edición con caja metálica. Su nombre empieza por G, así que ya me entendéis).
Este se supone que era ya el estándar de la industria para juegos AAA. Pero este no era un juego AAA en cuanto a contenido. Los jugadores se encontraron con una experiencia que, aunque visualmente impresionante, no justificaba su coste. La brevedad de la campaña, la falta de modos adicionales o contenido descargable relevante, y la ausencia de un sistema de progresión o exploración hicieron que muchos se sintieran estafados.
El caso de The Order: 1886 abrió un debate importante sobre lo que los jugadores esperan de un juego en relación a su precio. Un título puede ser breve y aún así valer la pena si ofrece una experiencia densa y memorable, pero The Order ni siquiera consiguió eso.
Conclusión: Una lección disfrazada de videojuego
The Order: 1886 es una obra que, más que por sus logros, será recordada por sus fallos. Es una advertencia de lo que sucede cuando el estilo se prioriza sobre la sustancia, cuando se invierte más en lo visual que en lo jugable, y cuando las promesas de una narrativa profunda y mecánicas innovadoras se quedan en humo.
Hoy, The Order: 1886 se puede adquirir por un precio más acorde con lo que ofrece, tal vez unos 10 ó 12 euros en el mercado de segunda mano, y quizá en ese contexto sea una experiencia que merezca la pena por su apartado gráfico y su premisa interesante. Pero como lanzamiento completo y como intento de establecer una franquicia, fue un fracaso rotundo. Es el tipo de juego que te deja mirando su pantalla de créditos no con emoción, sino con una pregunta en mente: ¿qué podría haber sido si hubieran hecho las cosas de otra manera?
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