
Hubo una época mágica, entre 2005 y 2008, donde los videojuegos de lucha libre no eran solo un entretenimiento. Eran un ritual. Y en el centro de todo estaba WWE SmackDown vs Raw.
Recuerdo perfectamente esas tardes interminables con mis amigos en las que llegábamos del instituto, lanzábamos las mochilas al suelo, y encendíamos la consola como si empezara un combate real. Elegir a Jeff Hardy o a The Undertaker era casi una declaración de principios. Las reglas se olvidaban, las apuestas eran altas: quien perdía tenía que traer las bebidas la próxima vez.
Pero lo que realmente unía era algo más que la jugabilidad. Era el alma del juego. Esa banda sonora con temas de Breaking Benjamin, Three Days Grace o Nonpoint nos hacía sentir que formábamos parte de algo más grande. Cada tema elevaba la tensión, creaba ambiente. No era solo un juego: era una experiencia colectiva.
En aquella época, SmackDown vs Raw 2007 y 2008 brillaban con modos como el GM Mode y la personalización profunda. Cada decisión contaba. Podías crear tu propio luchador y llevarlo a WrestleMania como si fueras su manager y su fan número uno al mismo tiempo.
La llegada de 2K que hizo que desapareciese todo aquello.
Con el paso del tiempo, y tras la transición a 2K, algo cambió. El salto gráfico fue evidente. Pero también lo fue el descenso de alma. La saga pasó a ser más un producto que un juego con corazón. Las entregas anuales empezaron a sentirse recicladas. Lo que antes era diversión espontánea ahora parece una fórmula explotada.
2K ha exprimido la franquicia sin freno. Modos clásicos han desaparecido. La libertad del jugador ha sido sustituida por microtransacciones, desbloqueos lentos y una aparente falta de pasión en el diseño. Los combates pueden verse espectaculares, sí. Pero se sienten vacíos. Falta esa chispa que hacía que una pelea entre Kane y Batista fuese el plan perfecto para un viernes por la tarde.
Hoy, ver un WWE 2K25 me genera más nostalgia que emoción. Porque sé que, aunque luzca mejor, no volverá a hacerme sentir lo que SmackDown vs Raw de aquella época conseguía con un par de guitarras distorsionadas y un modo historia sin cinemáticas rimbombantes ni islas llenas de tiendas que buscan sacarme el dinero de mi cuenta.
Esa saga fue más que un videojuego. Fue una etapa. Un lugar común para los que amábamos la lucha libre y nos creíamos parte del show. Puede que no regrese, pero los recuerdos siguen ahí, grabados a fuego como una buena promo de Edge antes del combate estelar.

